viernes, 11 de mayo de 2012

Un admirador



Solía decirme que su vida no era interesante. Tal vez objetivamente no lo era, pero sin duda alguna para mí sí. Después de todo, uno nunca puede ser juez de si mismo, así que accedió a contarme su historia. Sería imposible resumirlo en unas pocas líneas, así que comenzaré desde el principio. 

Fue su risa lo que llamó mi atención. Está bien, tal vez no su risa, no suelo admirar las carcajadas aunque tengo cierta propensión a ellas, fue su sonrisa. No tenía nada especial, como diría ella, simplemente era limpia y natural. Puede que las cosas no sean sencillas. Yo siempre pensé que sí lo eran y éramos nosotros, benditos humanos, los que le dábamos este toque de complejidad. Creo que la primera vez que lo pensé, como tantas otras cosas que he hecho por primera vez, fue simplemente por llevar la contraria. Ahora no estoy tan seguro pero eso es otra historia.

Su sonrisa fue refrescante, y como todo lo que está bien decidí no tocarlo. Está bien tener algo intocable, ya que el tacto es tan excitante como corrosivo. La solución es sencilla, no toques nada bonito si no estás seguro de que siempre irás con las manos limpias... Me da mucha pena manchar algo bello.

Las cosas cambiaron unos días después. Unos días, unos meses, o unos años, no se bien. Como de costumbre estaba lejos. Ni me di cuenta, era su papel, un buen papel. Miré por el ruido, se había formado un corro. Luego se disipó, y no había sonrisa, solo unas lágrimas muy saladas. Seguía siendo bonita, tal vez le quedaban mejor que la sonrisa, pero las lágrimas no son intocables. Siempre te dejan tranquilo, nunca vas a unas lágrimas con las manos sucias. Y si lo hice, ellas me las lavaron.

... Continuará... Puede.

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